SINDÉRESIS CULTURAL
La
confusión se ha instaurado casi como condición cultural. Ante el
desafío, la respuesta tiende a ser el rechazo del fondo de los asuntos guiándose
por una reflexión de mínimos, por opiniones incontables que asfixian la verdad
y el simple pensamiento, y proponen pactos de temporada, que hay que renovar cada
media generación. Mientras tanto, todos inconformes, quedan embelesados con el
vaivén de noticias que no son acontecimientos, de estadísticas y encuestas que no
son territorios sino mapas o leyendas de mapas. Pero, especialmente, se estimula
el anhelo de una pronta y definitiva implosión de la realidad en realidades paralelas,
y de la verdad en verdades, semi-verdades, contra-verdades, trozos de la verdad
mal combinados bajo la lógica románica de un mundo que se empeña en vivir entre
las ruinas de otros tantos mundos anteriores.
Es decir,
la sindéresis ha dejado de ser una opción para ser una urgencia si se ha tomado
rumbo por los meandros improbables de la crítica a la Edad Moderna, que hoy todavía
va de posmoderna. La sindéresis propone la complejidad como método y la simplicidad
como objetivo. Necesita del binarismo metafísico del bien y del mal, por ende,
de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo normal y lo no-normal más
como categorías del pensamiento, preguntas históricas, que como mónadas eternas
e impolutas. ¿Cómo encontrar lo claro y lo oscuro bajo el fanguero, en el medio
de la penumbra, en ausencia de certezas? Por sindéresis. Y aunque la respuesta
definitiva nunca estará disponible, desde siempre la humanidad ha sabido que el
verdadero sentido está en buscar, no encontrar. O mejor, se encuentra justo y
solo cuando la búsqueda se ha vuelto incesante y no se ha renunciado al acto sagrado
de pensar desde la razón, desde la sensibilidad, desde la espiritualidad.